![]() |
Retrato de Pallarés |
O
retor d'a Unibersidá de Zaragoza la publiqué en1903,
chunto con o sainete tituláu Tomando la fresca en la Cruz
de Cristiano o A casarse tocan.
PERSONAJES
PEDRANGEL,
joven cheso, labrador de familia acomodada.
EMILIA,
joven chesa, como de 20 años de edad.
JERONIMO,
hermano de Emilia, cheso rico, como de 35 años.
JUANITO,
estudiante clavera, que no puede terminar la carrera de Derecho.
FELIPE,
RICARDO, CELESTINO, mozos labradores amigos de Pedrangel
MARIGUSEFA,
chesa de gorguera, como de 50 años.
ESTEFANIA,
MARINGRACIA, TERUBIA, chesas de distintas edades.
PASCUALET,
JUSE, SEBASTIÁN y otros, muchachos de 14 a 18 años.
(El
escenario representa una sala decorosamente amueblada, en la que
están Jerónimo y Emilia, paseando él y sentada ella).
Jerónimo
y Emilia.
Jer. Con que, tú verás que ye
lo que más te conviene.
Em. Pero oye, ¿no me pués
dishar en paz y no encenderme más la sangre?
Jer. ¡Ah perra! Ojalá podeshe
disharte estar y no alcordarme más de tú, como si no hi fueses en
el mundo.
Em. ¡Ay chico y qué ganas de
mortificarme has!
Jer. Pero oye: ascuita y no
sigas tozuda; ya sabes que siempre te he dáu prebas de quererte
muyto más de lo que tú merecebas, vusotras hez los cascos vacíos y
se vos implen de fumo, y lo fumo estorba la vista, y no podez vier lo
que hez debán de las narices; en lo que agora mismo vo á explicarte
y á relatarte no busco ningún interés, porque intereses me sobrab,
ni quiero ningún apoyo porque no l'hé menester.
Em. Pero ¿qui te dice
semejante cosa?
Jer. Calla y no alientes ni
respires: además de la gran alegría que habría lo día en que vos
podese acompañar ta la Iglesia y vieros felices y dichosos, a tú,
porque habrías conseguiu lo más arrogante mozo y l'hombre de más
prendas que vihá en Hecho y Ansó, y á él, porque tampoco habría
mala suerte con tú, porque yes triballadera y no te falta cabeza y
te conozco bien, y sé que li convienes: además de todo esto, digo,
he escritas en las mismas entretelas de lo corazónlas últimas
palabras que prenuncié mi madre, cuando dando ya las últimas
bocadas, yera yo inclinau en la cabecera la cama, y heba la cara mía
chunta con la cara suya para replegar los últimos suspiros de aquel
angel en figura de muller, allora, cuando tú yeras en los piés de
la cama rezando y plorando al mismo tiempo, y la muerte estendeba los
brazos para segar aquella cabeza, apretándome las manos y mirándome
con tristeza, dicié: «¡Por Dios, Jerónimo! Antis que todo y sobre
todo, no abandones á Emilia hasta que l'acomodes bien».
Em. (Compungida y con
efusión) ¿Y paqué sacas agora á relucir todo isho? ¡Tú
quiés enterrarme viva!
Jer. T'he dicho que no tartises
hasta que yo no acabase; pues bien: yo no sabré dicirte porqué,
pero la verdá ye que no me parez que puedo cumplir bien lo'ncargo de
mi madre, sino femos lo que te'stó dicindo; si te viese casada con
Pedrángel, se m'ensancharían las alas de lo corazón, porque una
voz que siento aquí, no en las orellas, sino en lo rincón más
escondíu de l'alma, me dice de días y de noches que no pare hasta
conseguirlo, que vivo y só en el mundo para isho, para ferte feliz,
porque Dios quiere premiar, féndote dichosa ya en esta vida, los
muytos méritos de mi madre: allora moriría contento y tranquilo,
porque yo li faría á él ishe mismo encargo y se qu'hebaá
cumplirlo tan bien como yo mismo.
Em. Todas ishas palabras son
otros tantos puñals que m'atraviesan lo corazón: ¡si sabeses lo
que yo sufro desde que vié a Pedrangel! Porque has á saber... ¡pero
no! No te lo diré... y si no, sí, quiero que sabas toda la verdá:
has á saber que yo quiero a Pedrangel de otra manera que á los
demás, lo quiero como si fuese hermano mío, más, como si fuese mi
madre; en fin, yo nosé de qué manera lo quiero, pero lo quiero
muyto, más que tú, más que su misma madre; nunca heba queríu á
ningún hombre de la manera que lo quiero a él, y, sin d'embargo, no
m'aima lo que tú me dices y cuando veo que tomas estas cosas con
tanto empeño, se m'esgarra lo corazón y querería morirme antis que
tener que ascuitar lo que tú me dices.
Jer. Pues si él te quiere á
tú y tú lo quiés á él y yo vos quiero á los dos, ¿porqué no
vos hez á casar? ¡Emilia! Algún fado deben haberte dau en
Zaragoza; desde que vi'stiés la primera vez yés otra: antis yeras
franca, divertida, alegre; cantabas la jota como un canario, dabas
conversación á los vecinos y yerás la alegría de lo barrio: agora
yes más triste, pensativa y retirada, escapas de la chen, no cantas
lña jota, ni fas arrier á los vecinos: antes todo lo'mplibas
d'alegría; agora todo l'imples de tristeza y cada vez que te veo
así, parez que m'arrancan la mitá de la vida.
Em. Cuando lo corazón ye
triste, no puede estar alegre la cara; tú no sabes lo que ye penar,
amés á una muller qu'enseguida te dicié que sí: vos casez y soz
felices. Muyto has qu'agradecer a Dios:á mi me trata d'otra manera;
debo estar más mala que tú, porque me castiga más: yo amo a
Pedrangel, no porque siga güén mozo, ni porque siga rico, ni porque
siga valiente, sino porque en la fren lleva'scrita la honradez, la
nobleza, la hombría de bien, algo secreto que han los que siempre
han estau en estas montañas, y que no ye fácil trovar en la chen de
los otros lugás: ya veyes, pues, si habré que sufrir y si he
motivos para pasarme tristes los días y las noches plorando: quiero
lo mismo que tú quiés y sin dembargo faré lo contrario de lo que
tú quiés que faga: tú quiés á Pedrangel y yo lo quiero tamién:
pero tú quiés que me case con él y yo no quiero casarme, porque...
Jer. Gomítalo ya, ¡y acabemos
d'una vez para siempre!
Em. Pues güeno: no puedo
casarme con Pedrangel porque so prometida para casarme con Juanito,
lo sobrino de l'abogau de Childopez que ye en Zaragoza.
Jer. (Al principio se queda
sorprendido y luego se repone y suelta una carcajada, que indica la
satidfacción que le han causado las palabras que acaba de pronunciar
su hermana). ¿Y todo ishe ye lo'storbo que has pa casarte con
Pedrangel?
Em. Qué ¿te parece poco?
Jer. (Suelta otra carcajada
de alegría). Pues si que d'isho solo se trata, ya podemos estar
arreando en ta Jaca á buscar lo que siga menester y fer enseguida
los preparativos para la boda con Pedrangel. (Con ironía).
¡Pero qué agudos son los señoritos ishos de Zaragoza! ¡Claro!
Como han tanta labia y son tan largos de esprisión, se pintan solos
pa engañar á cualquiera.
Em. (Sorprendida). No
entiendo porqué fablas d'isha manera.
Jer. No t'apures, muller, que
ya lo te faré entender yo: ishe señorito de Zaragoza, á qui tú
has dau palabra de casamiento, no ye, ni podrá estar nunca ostáculo
pa la boda; si'cíndote yo que l'aborrezcas y que no te cases con él,
ensiste agún, yo habré güen cudiau d'icirte lo que en último
término te fará cambiar de resolución.
Em. ¡Menos qu'antis t'entiendo
agora!
Jer. Te digo que no pués
casartye con lo Juanito ishe, porque antis que tolerar semejante
desatino, me cortarían lo gaznate.
Em. ¿Porqué?
Jer. Porque ye un granuja
redomau y un pillo de mala ley, que tendrá qu'engañar á otra si
quiere algo, que lo qu'es á tú... no lo conseguiría ni aunque yo
fuese muerto, con que... mira si lo consegirá estando yo vivo.
Em. Chico: cada vez m'aturdes
más, y si sigues así me ves á fer tornar fata de raso; pero te
digo y juro, y requetejuro y torno a jurar, que u no me he casar con
ninguno, ú ha'star con Juanito.
Jer. Calla, Emilia, calla. Más
furas que tú son las anollas que corren por la val de Guarrinza, y
s'amansan y llevan lo chugo, y labran: á ishe Juanito que dices lo
conozco muy bien y sé que ye un calavera de la peor ralea. En
Zaragoza todos lo siñalan con lo dedo; dimpués de fer gastar muytos
dinés a su tío, ha metíu en guerra toda la familia; no vi ha
tabierna que no visite, ni zargata en do no se trove, ni zamborotada
perdida que no replegue, ni nuey en que se retire antis de las cuatro
de la mañana; y á ishas horas, Emilia, ni la Seo ni el Pilar son
abiertos: no será, pues, ni oyendo misa, ni rezando lo rosario.
Em. (No pudiendo disimular
el terrible efecto que le han causado las palabras de su hermano).
¡Jerónimo! Si emprendes ishe camino, vo á pensar que lo que miras
y intentas conseguir no ye lo bien mío, sino algo peor; todo lo que
acabas de dicir ye mentira.
Jer. Todo isho lo he averiguau
en forma que no puedo dudarlo; ye tanta verdá como l'Evangelio; tú
no dudas, tú no pués dudar de las palabras de tu'rmano, porque
sabes que tu'rmano nunca miente, agora'scuita lo que te vo á dicir,
y asiéntalote bien en la memoria para que no te sen vaya: (Con
solemnidad y energía) Si agún sabiendo lo que acabo de
relatarte ensistes en casarte con lo zaragozano, tírateme de debán
y en jamás me mires á la cara; y cuando mi madre me pregunte desde
el cielo por qué no he cumpliu lo'ncargo que me dié antis de morir,
li responderé que mientras yeras en el mundo, estié en lo tuyo
costau sin disharte un paso; pero que cuando por culpa tuya cayés en
lo charco de la deshonra, no te podié seguir y te dishé estar sola,
libre y desgraciada; con que elige; ú con lo zaragozano ú con
Pedrangel.
Em. Dios mío: ¡qué ye esto!
Si fuese verdá lo que tú dices, pero no, ¡no puede ser! Ye
mentira, si m'iciba que me quereba muyto, más que a su alma, más
que a su vida, y me juraba amor eterno y prometeba no abandonarme
nunca; que antis lo sol disharía d'alumbrar que él de quererme...
¡Ah! ¿pero y si fue verdá? Yo sin honra y sin hermano, una
desgraciada; mi madre... Oye Jerónimo, ¡por Dios! No me martirices
más, ya te creo, será, si, será verdá todo lo que dices; pero
mira (acercándose a una ventana), viene, asómate ta la
ventana, mira ta lo Campo Santo, ¿veyes aquella cruz negra que ye
cerca de las escaleras de mitá de lo Campo Santo? Pues bien, allí
ye la fuesa de mi madre; mira, no por mí, sino por ella, debán de
ella, de cara en ta la fuesa; jura que ye verdá todo lo que has
dicho.
Jer. (Con emoción). ¡Lo juro!
Em. ¡Lo jura! Lo mismo que yo;
yo también juré y juré que nunca abandonaría á Juanito, y lo
juré en la puerta la Virgen... Éste jura por mi madre, y yo juré
por la Virgen de Escagüés... ¡Dios mío!..., pero no
(sobreponioéndose), yo no falto á un juramento feito en
nombre de la Virgen de Escagüés: (Con entereza) ¡Jerónimo!
Seré una desgraciada, pero me casaré con Juanito.
Dichos
y mozos de la rondalla
(En
el fondo del escenario que debe figurar una habitación de casa de
Emilia, aparece ésta sentada y en actitud meditabunda. Se oye una
rondalla, y Pedrangel que la dirige, se acerca a la ventana de la
habitación en donde está Emilia y canta con cortos intervalos las
siguientes canciones).
1ª
Una noche que salié
p'alumbrar á Hecho la luna
s'en reculé de vergüenza
al vier la cara tuya.
2ª
Muyta luz vi ha en los cielos
y muyta sal en la mar,
y agún ha la novia mía
más luz y muyta más sal.
3ª
Si me queresen robar
á viva fuerza la presa,
tres onsos al mismo tiempo
revulcaría por tierra.
4ª
No téspantes muyto Emilia
que puyo por la venta,
ya m'en tornaré a bashar
cuando á tú te dé la gana.
(Emilia
recorre intranquila la habitación, como si la impresionaran
vivamente las canciones de Pedrangel; su intranquilidad sube de punto
cuando oye la última; apenas Pedrangel termina la jota, salta por la
ventana y se encuentra cara a cara con Emilia).
Ped. ¡Emilia!
Em. ¡Pedrangel!
Em. Pedrangel; por Dios ¡véten!
Ped. Emilia: cálmate que ya
me'n iré pronto; tan pronto como haya acabau d'icirte lo que m'ha
traíu en ta'quí.
Em. ¡Que ye de noches!
Ped. No importa.
Em. ¿Qué dirá la chen, si
plega á saber que yes puyau de noches por la ventana?
Ped. Que digan lo que quieran;
si dicen la verdá, no m'importa que la digan; y si mienten, á lo
primero que mienta yo li arrancaré la lengua.
Em. Pero y á mí ¿cómo me
meterán?
Ped. Ni de tú, ni de mí,
charrará mal ninguno de lo lugar; nos conocen demasiáu á los dos
para que s'atrivan á dicir una palabra ni agún las lenguas más
verenosas.
Em. Di, pues, lo qu'hayas á
dicir y veten pronto.
Ped. No vi ha tanta prisa,
Emilia, basho son los que veniban en la ronda y ellos y todo lo lugar
saben muy bien á qué so veníu esta noche en ta quí.
Em. Amos, fabla en seguida.
Ped. Feba muy pocos días que
yeras puyada de Zaragoza, cuando desde lo cobertizo de Luk, te vié
pasar ta misa: habié lugo ocasió de saludarte, y como vié que por
haber estáu en Zaragoza no te yeras tornada orgullosa y yeras tan
maja y yo sabeba que yeras güena y triballadera, empecé a pensar en
que podría casarme con tú, si tú me querebas. Procuré, como tú
sabes, vierte más a menudo, fablarte más qui antis y d'otra manera,
con más voluntá, con la cara alegre; que siempre s'alegra la cara
cuando se trova á qui bien se quiere; tú no me febas mala cara, ni
me mirabas con malos ojos: á mí me pareceba que todo marchaba al
pelo y, francamente, plegué á haber esperanzas de que algún día
los sueños que yo heba todas las noches se tornasen en una realidá.
Em. ¡Tú no sabes lo qu'ha
pasau con mi'rmano!
Ped. Sí, Emilia; lo sé todo y
sé tamién que tu'rmano ha un corazón muy noble y que no vi veye
más que por los güellos tuyos y que te quiere más que á su vida y
que sufrirá muyto, si tú no abandonas ishe camino qu'has emprendíu.
Em. Fabla pronto lo qu'hayas á
fablar, porque yo me torno loca y no sé lo que me pasa.
Ped. Viengo á dicirte que ya
querería que te casases con mí: siempre t'he queríu muyto; desde
que puyés de Zaragoza, lo que yo he por tú, no ye ya cariño; ye
algo más fuerte, una especie de locura, una manera de rabia, una luz
en lo celebro que m'alumbra con muyto resplandor, pa vierte á tú de
días y de noches, en casa y en lo campo, cuando so solo y cuando so
con chen; y un fuego en lo corazón que m'abrasa l'alma y me enciende
y me consume y amenaza tornarse en una shera que m'ha cremar hasta
los tuétanos: ¡ah! Yo querería agora saber charrar como los de
Zaragoza para dicírlote todo y ferte vier todo lo que yo te quiero:
mira; tú yes pa mí, como un cristal de color de rosa; si miro con
ishe cristal, ¡que hermoso lo veo todo! Ishos bushacals me parecen
jardins; los pinás, matas de pelo de moras encantadas; los
trigazals, ríos de oro; las bordas, nidos de palomas turcaces; y
Hecho, este hermoso lugar nuestro, un paraíso. Agora comprendo lo
que dice el cura cuando nos fabla del cielo, los que viven gozan
muyto y son dichosos mirando à Dios, porque ye muy hermoso;
mirándote yo á tú que yes obra suya, veo lo que deben gozar los
santos, mirando a Dios; pero si pienso que ni tú has á istar pa mí,
ni yo pa tú, ¡ah! Allora lo veo todo negro, muy negro: miro t'al
cielo y me parez que las estrelas no resplandecen ya, y se visten de
luto; las voces de la guitarra me parecen voces de condenáus que se
están burlando de mí; las esquilas de los abríos, campanas que
tocan á muerto; este valle, un Campo Santo grande; y Hecho, un
infierno: agora comprendo la razón qui heba lo maestro cuando nos
amostraba la dotrina y iciba que á los condenáus en lo infierno,
más que lo fuego los fá padecer agún lo no vier á Dios; no
viéndote yo, penaré más que los condenáus en lo infierno...
Em. (Interrumpiendo). No
sigas; que no puedo resistir más.
Ped. Sí Emilia: so veníu á
isho, á dicírlote todo y á ferte vier que tanto...
Em. No; no sigas; lo sé y lo
veo todo; yo te quiro lo mismo que tú a mí, y no he menester
decírlote, porque tendría que repetirte lo mismo que tú m'has
dicho: la cosa ye bien clara. Tú, feliz si te casas con mí; yo
infeliz y desgraciada de todas las maneras: si me caso con tú,
porque m'atormentarán la conciencia los remordimientos por no haber
cumplíu un juramento feito en nombre de la Virgen d'Escagüés: si
mecaso con Juanito, porque no podré olvidarte nunca, y cada vez te
quereré más y viviremos en un infierno.
Ped. Espera, deshame acabar; un
rayo de luz parez que m'ha ilumináu lo celebro en este instante;
pa'ntrar en casa nuestra hebas a'sgarrar, estando de Hecho, ishe
juramento qu'has feito á la Virgen d'Escagüés: isho no puede estar
cosa güena, un cheso no recula nunca si ha empeñáu la palabra y si
la ha comprometido estando de testigo la Virgen d'Escagüés,
imposible que recule; t'aborrecería si así lo feses: Emilia ¡cásate
con Juanito!... Yo... yo no habré nunca más alegría que la de
vierte á tú feliz, seguiré queriéndote como hasta agora, si algún
día eses á menester algo, aquí seré yo pa darte á comer, si
fueses pobre; pa consolarte, si fueses triste; y pa defenderte, si
fueses perseguida; agora men iré'n ta casa y allí m'enzarraré,
porque pa mí ya s'ha acabáu todo y no vi ha más mundo qu'isha fuén
de tristeza que he en lo corazón.
Em. Pero, Pedrangel; ¿yes
convencíu de que yo no puedo fer otra cosa?
Ped. Sí, Emilia, entre
sacrificar la concencia tuya y sacrificarme á mí, la elección no
ye dudosa; á mí me basta saber que tú m'has correspondíu, anque
no te siga posible fer lo que tanto tú como yo quereríamos; lo
demás, Dios dirá; que por muytos años vivaz y podaz disfrutar los
dos y sigaz felices; yo, por un costau querería vierte todos los
días, porque cuando te veo parez que un rayo de luz m'entra ta
l'alma, que según ya de triste, debe'star más escura que la boca lo
lobo; por otro costáu, me parés que será mejor, cuando siga solo,
sin fablar, sin vier á la chen, retiráu en alguna espelunga ú en
alguna cueva escura, ta do no vi pleguen los rayos de lo sol, pa que
posándome en lo más fondo de la cueva, me trove allí, solo, cara á
cara con la concencia, con la tristeza isha que me vé consumindo
l'alma y li plante cara y vea si puedo resistirla y dominarla y
vencerla; y cuando la cabeza se me canse de pensar siempre en una
misma cosa y no puede seguir ya pensando en la mala suerte mía,
allora saldré como un loco de la cueva, y basharé ta los barrancos,
y m'acarrazaré por las peñas, y buscaré á las fieras en las
mismas cinglas en do hayan los cachurros, y las esperaré y me
barallaré con ellas cara á cara y á manos limpias, con tanta furia
y con tanta rabia como si ellas n'hesen la culpa de que yo nacese con
tan mala estrela; con que, Emilia, lo dicho y hasta otra.
Em. ¡Pedrangel!
Ped. ¿Qué hay?
Em. ¡Que no puedo! Que vo
cayer enferma, que no puedo resistir más.
Ped. Ánimo, Emilia, y no
olvides lo juramento. ¡Adios!
Em. ¡Adios!
Ped. (Salta por la misma
ventana y Emilia se deja caer medio desplomada en una sella; vuelñven
á sonar los instrumentos de la rondalla y Pedrangel se despide con
la siguiente canción):
Como de lo Campo Santo
me despido d'esta casa;
porque la'speranza qu'heba
aquí la desho enterrada.
ESCENA
III
Felipe, Ricardo, Celestino y
algunos mozos más, sentados en la puerta del estanco.
Fel. ¿No sabez lo que li ha
pasáu á Pedrangel?
Ric. No he sentíu nada.
Cel. Ni yo tampoco.
Fel. Pues no sería nada
extraño que li costase la vida.
Ric. ¿Qué ha estáu pues?
Fel. Que ya no se casa con
Emilia.
Cel. No puede ser: isho ye
mentira.
Fel. ¿Quí t'ha dicho a tú
que ye mentira?
Cel. Yo que lo sé: porque no
fa muytos días que'stié yo charrandp con Jerónimo y con ella, y
fablemos precidamente de Pedrangel; pues no'stié mala la jobanada
que li dieron, lo mismo él qu'ella. Muyto vale Pedrangel, pero
táseguro que ninguno d'ellos lo disharña cayer.
Fel. Mira, qué agudo; y ¿qué
tiene que ver isho con lo casamiento?
Cel. ¡Ah! ¿qué no ha que
ver?
Fel. Nada, hombre, nada; si no
n'has acertar nunca ninguna.
Cel. Pero, ¡mira que tamién
ye triballo con lo mozo este! No has abrir la boca que ya l'has
encima como un perro de presa.
Fel. Pues claro, hombre; si
no'n preshinas ninguna de verdá.
Cel. Vaya, chico, no me
corrompas más la sangre, porque ya so más cremáu que la pipa de
Marcantón; agora mira si ye ú no ye verdá lo que yo digo; iciba
lña zagala isha que ni en Hecho ni en Ansó vi heba un mozo tan
cabal como Pedrangel; que li gustaría muyto haber un retrato de
Pedrangel, feito por un retratista de Zaragoza; que dichosa la muller
que se casase con él, y otras muytas cosas que me callo y que solo
las podeba dicir la que hese intención de casarse con él.
Fel. Cada vez me vo
convenciendo más de qu'has los cascos vacíos, así charrasez y
fesez lo que fesez con Jerónimo ú con Emilia ú con qui quiera se
siga. Pedrangel no se casa con Emilia; y sabes por qué, fato de
raso, que'n yes más qu'una caparra, porque esta noche somos estáu
con él y hemos íu en ta casa suya, y la ha cantáu á Emilia, y ye
puyáu, mas que á convencerla, porque ya sabebe por su'rmano que se
heba á casar con Juanito, á dicirli que la quereba muyto, que no
pudiendo casarse con ella no se casaría con ninguna otra muller, y
que seguiría queriéndola, y que, por vierla feliz, nada l'importaba
estar él un desgraciáu, etc., etc.; lo sabes agora, desequilibráu,
que pareces un desequilibráu.
Cel. Mira, chico, déshame'star
en paz, que te valdrá más, oyes; yo isho sintié, y cualsiquiera
que l'hese sentíu, hese pensáu lo mismo que yo.
Ric. ¡Pos tamién ha alma que
un enreadoracho como ishe de Childopez li tire la novia á Pedrangel!
Bien fato ye; lo qu'es a mí, no la me faría: t'aseguro que no
n'heba haber güelta güena: antis li daba una talapizada que
lo'squinazaba.
Fel. ¡Oh! Si por dar
talapizadas fuese... pero Pedrangel ye un hombre como vi n'ha pocos,
porque con él se lleva la razón qui l'ha, siga hombre ú muller,
siga rico ú pobre; ¡ojaláfuesen así todos los jueces!
Ric. Pero ¿qué razónnio qué
niño muerto? Y ¿por qué ha la razón lo'mbusteracho ishe?
Fel. No lo sé; chico; pero
cuando él lo fa, por algo será.
Ric. Lo qu´hébanos á fer, no
dishar entrar de lo puen de la Torre en ya cá á ningún pijaito
d'ishos porque no vienen ta lo lugar más que á'storbar y á ferte
cremar la sangre; porque hasta que pasa Setiembre y sen ven todos,
ellos son los amos de lo lugar; ellos los que pasían, los que
rondan, los que fan los bailes y se llevan la gran vida, mientras tú
tribalas á lomo calién; y si alguna vez quiés divertirte, ya te
pués estregar las uñas tocando la guitarra, que como ellos sigan
cerca (y vi son siempre), todas las mozas sen ven ta lo suyo baile.
(Pedrangel se acerca al grupo de
mozos y dice):
Ped. ¡Buenas!
Fel. Buenas, Pedrangel.
Ped. ¿Qué hay?
Fel. Mira, aquí'stamos
pasando¡l tiempo.
Ped. Bien me parece.
Cel. (Después de un corto
silencio). Parece qu'stás muy serio, Pedrangel. Qué, ¿ocurre algo?
Ped. Psh; cosas de la vida.
Ric. Perp, qué ¿ye verdá lo
que Felipe nos estaba contando agora?
Ped. Güen medio n'he de
contestar, si no t'explicas mejor, chico.
Ric. Isho de Emilia: qu'iz que
t'has baralláu con ella.
Ped. Tanto como barallarme, no;
pero algo vi ha.
Ric. Pero, ¿vos hez á casar ú
qué?
Ped. ¡Parez qu'has muyto
interés en saberlo!
Ric. ¿Interés? Branca ni
meya, chico; lo qu'es por mí bien segura l'has, en ta la feria de
Berdún llevaría la muller mía, si sabese qu'heba á trovar
comprador; ¡ah! Qui li n'ese berruntáu, pa ratos m'apareja, pero,
dishando aparti las chanzas, si ye verdá todo lo qu'aquí s'ha
dicho, no sé como has pacencia pa'guantarlo.
Ped. Pero ¿qué s'ha dicho?
Ric. Que Emilia se casaba con
lo sobrino de l'abogáu de Childopez.
Ped. Si isho han dicho, ye
verdá.
Cel. Claro, lo de siempre; tú
llevas calzons, has las manos duras de manejar la falz y l'asháu, y
anque no siga curta l'hicienda qu'has, li aimará más casarse con un
siñor que lleve pantalons, y no triballe, y se esté siempre en casa
y pueda llevarla ta Zaragoza y comprarli perifollos.
Ric. Lo que yo iciba'ntis; á
todos ishos señoritos, ú itarlos de la Cruz en ta basho, ú
cuandomenos didharlos pasar de lo torrillón en ta vá.
Ped. Lo mismo ye isho que
truco.
Ric. Pues, chico; no vayas á
pensar que costaría muyto tirarlo de debán; casualmente todos los
días lo te trovas solo por ishos cerros de Campo Vaqué y
Vardespetal.
Ped. Vergüenza hebas haber
d'icir ni agún en chanza una infamia como isha; se conoce que no
sabes con qui charra pa atrevirte a fer semejante proposición: en
Hecho, Ricarso, no vi ha traidós, y menos agún traidós cobardes; y
si vi n'hese alguno, ya pués asegurar que ú no sería nacíu en
Hecho, ú no habría sangre chesa.
Ric. Chico, chico; no hay
qu'apurarse. No pensaba que l'hebas á tomar tan á pecho.
(Los gritos que se oyen
interrumpen la conversación. Un grupo de muchachos grita desde fuera
del escenario, y como formando coro):
Much. Pelaaaire... pijaaaito...
tiriiilla...
Jua. Si vuelvo, os cruzo la
cara de una bofetada. (Juanito habla también desde fuera del
escenario).
Much. Pelaaaire... pantorrillas
de grillo...mu,u,u...
Jua. Que le voy á romper las
muelas al primero que caiga en mis manos.
Much. Creba-muelas...
pijaaaaito... cara de trufas aguachinadas... mu,u,u...
Jua. ¡Habrase visto cosa más
salvaje y escandalosa!
Much. Roncesvalles...
tiriiilla... esfullina-chamineras...
Jua. ¡Ah! La culpa la tienen
vuestros padres por no educaros como deben.
(Adelantándose uno de los
muchachos más crecidos, José, y disputa con Juanito).
José ¿Qué ye isho que ha
dicho usté de los padres?
Jua. Que sois unos groseros y
estais muy mal educados.
José Güeno; pero yo no li
pregunto eso: digo que ¿qué decía usté de los padres?
Jua. ¡Habráse visto descaro!
Aún querrán exigirme cuentas.
José Güeno; ya sabemos que
nusotros somos descarados y que no aprendemos cuentas, porque no nos
las amostraron, pero yo li digo á usté que qué dicié antis de los
padres.
Jua. Que tienen ellos la culpa
de que vosotros seais tan sulús y tan cafres.
José ¿Sabe lo que li digo?
Que á nosotros diga usté lo que quiera, pero de mi padre usté no
dice una palabra, porque en una puñada li chafo los morros; con que
ú retira ishas palabras ú ya l'ha'n-ncima. (Vienen a las manos,
apostrofándose mutuamente. José saca una navaja y Juanito huye
aterrado pidiendo auxilio: entre en el escenario huyendo. José le
persigue navaja en mano y Pedrangel de un salto se coloca entre
aquellos).
Ped. (A José) Tírate d'aquí
ú t'arreo una mushicada que t'arranco mey'ucena de muelas.
José ¡Fuera! Que li he sacar
los figados á ishe embusteracho.
Ped. Desha isha novalla ascape.
José No me da la gana.
(Pedrangel pega una bofetada a José y éste cae rodando por el
escenario; se levanta, medio llorando de rabia, y se encara con
Pedrangel; acuden en su ayuda algunos de sus compañeros).
Sebastián (A Pedrangel) ¿Y
por qué li has á dar a Jusé?
Ped. Si pillo la tranca isha,
vos slomo á todos (Juanito está atemorizado junto á los amigos
de Pedrangel).
Seb. ¿Qué te piensas tú, que
no vi ha más qu'slomar?
Ped. Nirnos: más os vale jopar
d'aquí: ya no vos podría cayer mejor lotería que acabarme la
pacencia y que vos emprendese á lomadas.
Antonio (Amenaza a Juanito con las
manos, y como a hurtadillas, para que no lo vea Pedrangel, le dice:)
¡Ah, embusteracho! Ya te daré yo ya: en do te pillemos t'hemos á
matar á zumbadas.
Pedro (Dirigiéndose a Juanito en
la misma forma). A la primera volada que t'arree, t'he fer una
gusanera así. (Indica la extensión, formando como un círculo
con los dedos pulgares é índices.- Los muchachos se retiran
refunfuñando y amenazando a Juanito).
Jua. (Sin reponerse del susto
todavía, dice con la voz entrecortada y sollozando). No he visto
en mi vida atrevimiento igual; sino por ustedes me linchan, vaya si
me linchan; ¿y porqué? Venía yo tan pacífico por la plaza a
comprar cigarros, y los mozalbetes esos me haninsultado del modo más
grosero; y eso no es lo peor; lo peor es que si me descuido, me
desuellan vivo. Decididamente, en este pueblo no se puede vivir si no
está uno siempre acompañado por una pareja de la Guardia Civil.
Ped. Pues no ye'stada la
Guardia Civil la que acaba de salvarte agora.
Jua. No; pero sino por
vosotros, ya veis qué vida llevo.
Ped. Así, pues, no será lo
lugar tan malo como tú dices porque si de lo lugar son los que te
faltan, no son forastés los que te defienden.
Jua. No cabe duda; este pueblo
es para mí un misterio; tanto y tanto había oído hablar de
pequeño, cuando estaba en Zaragoza, que me había formado de Hecho
una idea muy distinta; allá en Zaragoza conocen mucho a los chesos
por contrabadistas y por gente rumbosa, valiente y, en no pocas
ocasiones, temeraria, pero ó no es cierto lo que dicen ó este
pueblo ha cambiado mucho, porque, vamos... aquí se hace imposible la
vida.
Cel. Pero oye, Juanito: ni en
un campo de trigo son todas las cabezas iguals, ni en una viña ha
cada cepa los mismos racimos, ni son iguals de sanos; no t'extrañes,
pues que en Hecho no sigan todos prudentes que nunca falten á
ninguno; por lo demás, ya sabes qu'aquí vi ha madera de muy güen
coral.
Jua. Buenas pruebas me acabais
de dar, chicos; yo no sé con qué podré pagaros el favor que me
habéis hecho, salvándome la vida: a ti, sobre todo Pedrangel, te
estoy muy agradecido.
Ped. No hay que agradecer nada,
chico.
Un mozo Vaya, amonosne ta casa
porque ye tardi y la estanquera debe'star ya enm la cama.
Otro Agún hese tomáu yo
mey'ucena de cuartelés: ¡chiquia! María.
Fel. No contesta: ¡no vis que
ye ya otrora! Vaya, adiós.
Todos Adiós.
Ped. Juanito, espera un momento
que t'acompañaré.
Jua. Gracias; porque esos
mocosos son capaces de hacer cualquier disparate. (Vánse todos en
distintas direcciones y vuelven enseguida y se hallan solos en el
escenario [que debe representar la puerta de la casa de D. Felipe,
donde vive Juanito] Pedrángel y Juanito. Mientras dura la escena los
muchachos se asoman de vez en cuando al escenario y hacen gestos
amenazando a Juanito e indicando que no le acometen por la presencia
de Pedrangel).
Ped. De todo isho no vi ha que
charrar una palabra más; como si todo fuese enterráu.
Jua. Sí, Pedrangel; pero es el
caso...
Ped. No hay caso que valga: fez
que vos he dicho, y en paz.
Jua. (Aparte, mientras
Pedrangel enciende un cigarro). Hablo más que un sacamuelas, y
sin embargo al encontrarme frente a este hombre, no sé lo que me
pasa; se me aturde la cabeza y no puedo articular palabra; es que su
corazón es más sano, su intención más pura, y su alma más limpia
que la mía; y el que es bueno queda airoso aún en los trances más
difíciles. (Dirigiéndose a Pedrangel). ¡Pedrangel! Yo no sé
tampoco lo que me pasa; tu manera de proceder me roba la
tranquilidad; cuanto más empeño tienes tú en que me case con
Emilia, y más libre me dejas el campo, más sufro y más agitado
estoy y veo más lejos el día de mi felicidad; no lo dudo, no puedo
dudarlo: tu grandeza de alma es como un espejo en que veo yo la
pequeñez y las negruras de mi conciencia. ¡Pero si no puede ser de
otro modo! Emilia, un ángel; tú, un héroe y un santo; yo, un
escarabajo, que he vivido siempre en muladares asquerosos e inmundos:
¿cuál ha de ser el resultado? Este: que vosotros, en medio de
vuestro infortunio, agobiados por la desdicha, separadas en flor
vuestras ilusiones, rodeados de calamidades por todas partes, sois
felices y os mostráis grandes y generosos, con la sonrisa en los
labios, porque tenéis el alma sana y resuleta a luchar con el
infortunio; yo, en medio de la abundancia, con un rival de amores,
que en vez de ser un estorbo, me despeja el camino, en vísperas de
casarme, con un brillante porvenir, sufro y duermo intranquilo, y soy
un desdichado que no tiene paz en el alma, ni alegría en el corazón.
Tú, siendo un desdichado, eres feliz, y todos te admiran y quieren
bien: yo, siendo feliz, vivo miserablemente, y todos me desprecian y
me odian.
Ped. De todo n'has tú la
culpa: muy mal feito ye cometer un crimen, pero ye muyto peor
ocultarlo dimpués de feito: tú has lleváu una vida arrastrada,
siempre chugando, siempre borracho, siempre dando que fablar á todo
el mundo; conociés á Emilia y li faciés crier lo que no yera
verdá, facié caso de todos los embrollos tuyos, y acabé por cayer
en lo cepo que tú li hebas plantáu, prometiéndote que se casaría
con tú; tú, si t'hese conveníu, heses faltáu a tu palabra y
t'heses casáu con otra; ella juré casarse con tú, y no quiere
faltar á ishe juramento: isha ye la diferencia que vi ha entre los
güenos y los malos. Con que puya-ten en t'alto y á descansar.
(Vase Pedrangel y queda solo Juanito).
Jua. ¡Nunca he visto cosa
igual! Hasta ahora no creía, pero desde ahora creo en la virtud.
¡Este hombre, dispuesto a llegar hasta el sacrificio con una
generosidad sin límites, se salvará y hará que sea yo el
sacrificado. (Retírase).
ESCENA IV
(Lugar de la acción, la puerta de
Chullana, donde están varias personas tomando el sol. En el fondo
del escenario hay tres ó cuatro mujeres, sentadas unas en las peñas
que sirven de base a la pared del huerto de Mercader, y otras en
banquillos de los que se usan en Hecho. La tía Marigusefa (de unos
50 años y vestida de gorguera) entra por uno de los lados con la
rueca en la mano. Un poco aparte y conversando en voz baja, están
Ricardo, Felipe y algunos otros).
Marig. Güenas tardis.
Estef. Güenas las te dé Dios.
Marig. ¿Qué fez?
Estef. Ya pués vier: aquí
somo tomando lo sol.
Marig. Qué, ¿calienta muyto?
Estef. Tal cual; fa una miqueta
de cierzo, pero aquí en lo carasol no fa mal orache.
Marig. Soz muy pocas, chicas,
¿cómo vi ha tan poca chen?
Estef. Porque agún ye
trempano... y además, bien podría ser que no puyasen hoy, ni la
viella de Catetú, ni la choven de Chiquito... y d'ishas, ya sabes
que cada una vale cuando menos tres.
Marig. ¿Porqué?
Estef. Que, ¿no vi'stiés tú
en la ensalada d'ayer?
Marig. Si no fablas más
claro, no t'entiendo, chica.
Estef. ¡Anda! Si no pensaba
que vi vieras estada tu tamién, yéramos ayer aquí en la misma
puerta Chullana, una rabañera de mullés, y poco antis d'esconderse
lo sol, las habieron las dosque no s'isheron güenas pa fregar: la
choveneta isha de Chiquito ye de lo más fino que vi ha, se regüelve
lo mismo que si fuese una cullebra pisada y á la viella de Catetu,
no vi ha que tirarli nada, porque'n menos que canta un gallo, te
gomita por aquella boca más zapos y cullebras que vi ha en lo Soto
Oscuro.
Marig. ¿Y por qué se
varalleron?
Estef. Por nada, chica; empecé
la viella de Catetú dicindo si la choven de Chiquito itaba ú
dishaba d'itar ta la'squina de casa suya las piedras que los hombres
trayeban para endrezar las cargas de los burros; la choven de
Chiquito li contesté, como una desordenada, que yera mentira, que
siempre dishaba las piedras en la'ntrada de lo gallizo, y que de vez
en cuando las iba sacando en ta la Cruz; pero que si li buscaba la
lengua, podría ser que se trovase con algo más duro que las
piedras... La viella la clamé desvergonzada, tafalaz, mujer de malos
modos, bufaralazos, mora'ncantada, y no sé cuántas cosas más; la
otra no la ishé de brosha, chupa-lámparas, entremetida... En fin,
no quieras saber lo qu'allí pasé; si no las hésenos deseparáu,
agún vi serían agora.
Maringracia (Entra en escena
haciendo calcetín y entabla con la Marigusefa el siguiente diálogo):
Ola, tía Marigusefa, ¿usté por aquí?
Marig. ¿Pos qué has á fer?
Nirna, aquí'stó fillando estos sapinos, que son más mal
enfaracháus que el demonio; han cada tranca (mordiendo una
manzana silvestre) que lo mejor día amaneceré con la lengua
foradada.
Marin. ¿Y aún sigue usté la moda
isha de comer manzanas de mon pa fer saliva? Agora iz que venden un
aguardiente en lo'stanco, que ye de lo que no vi ha pa remullar la
garganta; si yo hese á filar ishos sapinos, todas las tardis men
bebería, cuando menos un cuateronet.
Marig. Pos ¿cómo l'hemos á
beber, si no viemos de ciento á viento una mala cuaderna? No l'he
probáu desde qu'al principio de la sanmigalada men facieron en los
de Cheto una libra, porque sen iban á puyar los hombres ta Peralta á
cremar una miqueta de carbón; ¡ya l'hemos bien empleáu ya, lo
triballar tanto para vivir con tanta miseria y con tantas penas! Yés
siempre sujeta en ta lo triballo, como el perro á la cadena; hoy,
fendo los güertos; mañana, sembrando trufas, agora regando, después
escardando, espedregando, entrecabando, recalzando, segando,
trillando, esfarachando, filando; en una palabra, que siempre vés
corriendo y siempre plegas tardi; no'n paras un istante: de los
Gabardito, ta Campo Vaqué, de Campo Vaqué, ta Río Canaral; de Río
Canaral ta la Pardina; de la Pardina, ¡qué mi sió! Ta los
infiernos; si has calcero, ves despullada; si has una mala basquiña,
llevas las abracas á pitanzas; si te desayunas, ya no chintas.
¡Conque ya veyes si'stamos bien para permitirnos ishos lujos
d'aguardientes!
Terubia Tía Marigusefa; usté
que ye la corneta de lo barrio, ¿no ha sentíu dicir nada? Iz que li
ha traíu á Emilia lo zaragozano ishe un traje de boda, que aquello
pa que...
Marig. ¿Ya sen son tornáus de
Jaca?
Terub. Esta tardi creo qu'han
plegáu; y según contaba esta mañana en la fuén la criada de
Childopez, li han feito una falda y una brusa de raso negro con
encajes negros tamién, que aquello encanta; medias de seda con unas
camilegas más emperifolladas que todas las cosas; zapatos de charol,
mantilla de blonda y un juego d'anillos y pendientes, todos de oro,
con piedras d'ishas que relucen desde lejos y valen tanto, que cuesta
un sentido: creo que lo se metié en casa l'otra tardi y aquello iz
que yera lo reclamo de toda la chen. Todos iz que se paraban á
mirarla; claro: como ella ye tan guapaza y camina con tanto garbo y
con tanta ishes, pues no ye extraño...
Marig. Pues chica, con todos
ishos perifollos, fará muyto goyo de vierla lo día de la boda.
Maring. Aunque solo siga pa
itarli una gollada encima, nos n'hemos á ir acucutar ta lo rinconet
de la puerta Corrutaco; desde allí ya la podremos vier cuando puye
por las escaleretas de la Iglesia.
Fel. Vusotras con isho'staz
bien; muyta tierra en América, muytos perifollos y á malas faineras
que no vos gane ninguno.
Estef. Uf, estrucios; vusotros
si que no n'hez rastro de vergüenza, que vos casaz igual que si se
casasen los perros; güena honra se nos fá si hemos nusotras algún
cuartot pa comprarnos vel enredo, que lo qu'es á tama güestra...
Ric. ¿Q qué querez que vos
regalemos? Como no vos compremos alguna cabezana.
Cel. Isho, isho, ye lo qu'han
menester.
Maring. Mira qu'amorosos los
cepurrios estos; á vusotros si que vos fa falta un chugo bien ancho
y u nagullón con la punta bien esmolada.
Pasc. (Desde fuera del
escenario llama con toda la fuerza de sus pulmones). ¡Tía
Marigusefaaaaa!
Marig. (Gritando también).
¿Qué quiés?
Pasc. Bashe corriendo, que li
han dáu un tanto á la gallina cenizosa y li han crebáu una pata.
Marig. ¿Qué dices?
Pasc. Que bashe corriendo, que
li ha arreáu lo zagal de Berzuz una volada á la gallina cenizosa,
que l'ha dixáu sin conocimiento.
Marig. ¡Ah ladrón! Así
t'heban haber crebáu á tú la lengua. (Estas palabras las
pronuncia saliendo ya del escenario en dirección a donde está el
chico que la llama).
Marig. Mira que son rematáus y
malos los críos ishos! Ves agora, la pobre muller qu'ha fer, si se
queda sin gallina; malo si lis dice algo y peor si no lis dice nada.
Estef. ¡Ah! Pues chica, que no
ye curta de lengua; no hayas miedo, que si li han crebáu la pata á
la gallina, ya se defenderá buen, ya.
Maring. Toma, sí, una por una
que li creben la pata á la gallina, que después ya podrá
despepitarse todo lo que quiera.
Estef. Uf... ¡Cuántas n'habrá
crebáu ella!
Maring. ¿L'has visto tú, que
n'crebase alguna?
Estef. Más de cuatro.
Marig. (Entra Marigusefa con
la gallina en la mano, como si tuviera la pata rota y dice con
acentos de desesperación). ¡Ay, Dios mío! Qué ve'star esto.
Mo n'imos haber güelta güena. ¡Amos te parez á tú! Hébanos en
la Tellería un eret de cebollas que feba goyo de vierlas, y de la
tardi á la mañana nos trovamos con las codas; un trocet de
remendina qu'hébanos sembráu en lo cubilar de lo Gabardito, lo se
comieron los canalizos que no isheron ni teshillos; l'otro día,
l'alguazil qu'iba dando ishas boletas á los perros, sen dishé una
en la carretera Cotet, que la itaría pa vel cán, y por qué arte
del demonio vé á tropezar con ella la cerdeta nuestra, qu'habié un
cólico qu'a poco se nos muere, con que fá tres ú cuatro días yera
lavando unos enredez en lo puen alto, vo á'stenderlos ta la paret de
lo Fashinadero, y pa cuando me querié tornar, ya m'heban furtáu la
pieza de jabón que vin habría cerca de meya libra: y agora ya lo
viez, la gallina cenizosa que yera gorda como un crabito m'amanece
con la pata crebada (Mirando la gallina) ¡Ay, pobre animal!
Si ha la garra'smicazada. Cá, no, imposible; si no habrá cura (Con
más desesperación). Pero ¿porqué no lin vendería yo á la
carabinera Guallar, que me daba l'otro día tres pesetas? ¡Ay,
infame! Ojalá te sen hese íu la mano de zaga. Vaya, men vó
corriendo á mirar si trovo en casa á lo mairal de Molinero, que
l'he visto pasar esta tardi por la Cruz, para que li meta unas
tachetas á mirar si me la puede curar. Ya no faltaría más sino
qu'agora l'hésenos á matar pa fer caldo de gallina. ¡Ay! Pos no
n'hemos á menester, no, de caldo de gallina agora.
Terub. Tía Marigusefaaaa, no
se desepere, no, que lo que pierde lo bolsillo, lo cuerpo lo gana.
Marig. (Al salir del escenario).
¡Ay! Sí, chica; á tú güen decirlo te fá...
Maring. Tornando ta la
conversación d'Emilia, dicen que los de Childopez itarán la casa
por la ventana lo día de la boda.
Terub. Chica, chica; pues no
será nada isho, ya han dicho qu'iz qu'han compráu dos vetiellos,
diez guites, dos docenas de pollos y cinco ú seis ovellas para
cocerlo todo á calderetas y repartirlo á todos los que'n quieran.
Estef. ¿Y qué fará lo pobraz
de Pedrangel en vista de todo isho? Esta mañana l'he visto y feba
una cara de levadura, que no pareceba lo mismo.
Fel. (Llama a Pedrangel, que pasa
por la puerta de Leneta en direccióna la Cruz). Pedrangel,
ascuita dos palabras.
Ped. ¿Qué quiés?
Fel. Viene, que ya ten vés
enseguida.
Ped. (Acercándose). Güenas
tardis.
Todos Güenas.
Terub. ¿No te chillan las
orellas, chico?
Ped. No he notáu nada.
Terub. Pues de tú estábanos
charrando.
Ped. Hesez otros quefés no vos
ocupariaz de lo que no vos importa, ni vos meteríaz en do no vos
claman.
Terub. ¿No vis iz que no nos
importa? Si en todo lo lugar no se fabla d'otra cosa; en la fuén, en
los bailes, en las calles, en los cafés, en lo'stanco, en todos los
puestos en do se trovan dos hombres ú dos mullés, ú un hombre y
una muller, no vi ha otra conversación, ni se fabla d'otra cosa que
de la dichosa boda. ¿Qué quiés, que sigamos nusotros los únicos
que no fablemos de ella?
Ped. Pero ¿y por qué vos hez
á ocupar de ella? ¿No ye una boda como cualquiera otra?
Terub. ¿Qu'ha'star? Si ha dáu
que fablar más que los carlistas.
Ped. Vayanos á cuentas; ¿no
vi ha habíu nunca en Hecho una moza qu'al mismo tiempo haya'stau
rondada por dos ú tres mozos?
Terub. ¡Ay! Sí chico; yo
misma'gora sin estar tan guapa, ni tan güena moza como Emilia, y sin
que por isho se me pueda clamar vana, n'he tres, y que no me disharán
embustera, porque uno por uno podría nombrarlos a todos.
Maring. Anda, ya lo creo; y
siete más que sen han reculáu cuando han sabíu que ya hebas ishos
tres.
Terub. Mira, Maringracia; no me
fagas soltar la lengua, ni m'obligues á que te saque á relucir
todos los trapos de la colada, ¿oyes?... porque si son siete ú son
seis, puede que te viese bien contenta con alguno de los que yo he
despreciáu.
Maring. En isho tamién has
razón; bien contenta me vería si me pillase aquel hombret d'Urdués;
porque la verdá ye que anque fuese una miqueta legañoset y chivoso,
años no n'heba más de cincuenta, y no yera mal parecíu; además,
creo qu'heba un pallar, un gortet, una burra y una fasha en lo cerro
de Romaciete; de manera que por ishe costáu tampoco hese estáu mal
partido.
Terub. ¡Amos! ¿Has visto la
degrandísima no sé qué?
Ped. Güeno, basta; conque vi
ha mozas, según dice la mesma Terubia, que han dos y tres novios, no
ye extraño, pues, qu'Emilia los haya habíu: ¿n'hez visto alguna
que se casase con dos á un tiempo?
Terub. No por cierto: como no
siga en segundas o terceras nuncias...
Fel. ¿Pero agún no hez caíu
en lo que isha boda se diferencia de las demás?
Todos ¿En qué?
Fel. Pos se diferencia en que
en las otras bodas, lo novio que li tira la novia al otro ye porque
no puede, y muytas veces vi ha por una moza discordias, tochadas y
hasta muertes; aquí pasa todo lo contrario; uno de los dos novios,
lo que más quiere a la novia, precisamente y lo que más vale, ye
tamién lo qu'ha más empeño en que la novia se case con l'otro, y
lo más raro ye que Juanito trova lo camino desbrozáu y á pesar
d'isho ha como recelo y agún miedo de pasar adebán.
Ped. Pero no sabiendo como no
sabez de la misa la meya, ¿porqué vos metéz á charrar?
Fel. Dishate'star de fatezas;
lo lugar entero sabe lo que vi ha en ishas relacions; que lo
zaragozano ye un pillo de siete suelas y un granuja de marca mayor;
que Emilia ye una mesacha formal y de prendes, que quiere a lo
zaragozano, no por quererlo ni porque li aime, ni porque haya
entusiasmo por él, sino porque li dié palabra y quiere cumplirla;
que tú quiés á Emilia, pero que no quiés desfer ishe compromiso;
que Emilia te quiere a tú y que ellos habrán muy mala suerte como
se casen, y tú l'habrás peor como no te cases con ella.
Ped. Sí, Felipe; ye verdá lo
que has dicho, y no he porque ocultarlo, pero ishe juramento d'Emilia
ye un nugo que los ha ligáu a los dos; además, desde fá unos días
me'ncuentro cambiáu d'alto en ta basho y só otro; yo me pensaba
antis que yera más hombre aquel que menos miedo heba, y anque nunca
m'ha gustáu faltar ni poco ni muyto á ninguno, y en todas las
ocasiones he procuráu estar prudente, no he más remedio que
confesar que heba cierta pretensión de qu'en ta do otro iplegase vi
plegarúa yo, y de que nunca hese dáu un paso en ta zaga por ningún
hombre, pero agora m'he convencíu de que vi ha menester más valor
para peliar con los vicios y con los sentimientosishos que nacen de
lo corazón que para defender de los carabinés, á tiro limpio, los
paquetes de contrabando; un hombre ye valiente y sereno, cuando se
sabe dominar, y si conviene no ir ta lo café no ivé, si ha dishar
lo tabaco, lo desha en seco, si lo emborracharse li perjudica, no
pisa más la tabierna, y si lo corazón yé triste por cualquier
percance de familia, d'hicienda, de pedregada ú por cualquier
desencanto, peliar mano á mano con isha tristeza y plantarli cara,
como lo qu'ha puyar ta Santana lin planta á lo cierzo que sofla por
la peña Jaín; yo n'he pasadas muytas de peñas y pensaba que pronto
me llevarían ta lo campo Agustín; pero dice una jota, y yé verdá,
que lo preso plega hasta haberli cariño á lo calabozo, y así m'ha
pasáu á mí; todas las noches cuando m'ito en la cama, me meto á
pensar en ishas penas, y cuando más vi pienso, más chiquetas me
parez que ven tornando.
(Entra Juanito en el escenario,
con los ojos desencajados y agitado, como quien va a tomar una grave
resolución).
Jua. ¡Pedrangel! (con
apasionamiento e indecisión, que llaman poderosamente la atención
de los circunstantes). Tú eres el cheso más noble, más bravo y más
generoso de todos, tú me salvaste la vida del cuerpo; a tí vengo
para que me salves también la vida del alma; con todas mis miserias
y calamidades, me entrego a tí con la misma, con más confianza con
que me entregaría a un santo, a mi misma madre, porque tú eres
bueno hasta la santidad; yo no debiera tener en este pueblo más
enemigo que tú, porque a tí solo te he hecho daño y, sin embargo,
tú eres mi mejor amigo, mi más constante y decidido protector.
(Todos los demñas hombres y mujeres, quieren lanzarse sobre
Juanito en actitud amenazadora. Pedrangel se coloca en medio y dice
con energía):
Ped. ¡Atrás todo el mundo!
(Se retiran y prosigue Juanito).
Jua. Pues bien, ya sabes en qué
condiciones se va á hacer mi boda; mi alma es muy pequeña y muy
ruin, pero la de Emilia es muy grande; yo quisiera que en el momento
más solemne, cuando estemos delante del altar, en el instante mismo
en que la bendición del sacerdote vaya a unirnos para siempre,
hubiera allí otra alma grande y generosa también, que ocupara el
vacío que la mía ha de dejar forzosamente; vengo de casa de Emilia;
he visto a su hermano Jerónimo, y con voz que me hace temblar
todavía, me ha dicho: «Si dicíndoli á mi'rmana lo que yeras,
anque heses estáu un perro, ella t'hese queríu, yo m'hese sometíu
y hese sujetáu la voluntá mía; pero habiéndola engañáu como un
falso, dicíndoli y féndoli crier una cosa por otra, corto desde
agora mismo toda relación con tú y con ella; no te m'acerques,
pues, ni antis de la boda, ni para la boda, ni dispués de la boda».
Jerónimo y tú sois los que más queréis a Emilia; él la abandona
en un momento supremo, cuando el alma, agitada por impresiones
fuertes, necesita una palabra cariñosa, una mano amiga y una mirada
dulce (con gran energía). ¡Pedrangel! ¿La abandonarás tú
también?
Ped. Nunca.
Jua. ¿Permitirás que ella
muera de tristeza?
Ped. Si ye en mi mano evitarlo,
jamás.
Jua. ¿Nos acompañarás tú a
la Iglesia?
Ped. Sí.
Jua. ¿Serás testigo de
nuestra boda?
Ped. Sí.
Jua. (Emocionado y como quien coge
la mano de Pedrangel para besarla). Dame a besar esa mano, que
besaré la mano de un santo.
Ped. (Rechazándolo). Anque la
besases, no besarías más que la mano d'un hombre homráu. Veten
d'aquí; fá lo que siga menester y no hayas miedo; yo vos acompañaré
ta la Iglesia, faré de testigo y comeré en la mesa güestra lo día
que vos casez; después men tornaré ta lo costáu de mi madre y con
ella m'estaré hasta que zarre los güellos; y en qu'ella muera, si
ye que muere antis que yo, libre como los pasharicos para volar ta do
me dé la gana, aquí m'habrez pa todo, si querez, venderé las
bordas y lo pallar pa meterme á servir en casa güestra, y si no
querez faré lo que li dicié á Emilia ya fa días; yo no he habíu
más qu'un amor que m'implié lo corazón, y como lo corazón mío ye
sano y ha las parez muy fuertes, allí ye encerráu y nunca se'n
escapará, y si alguna vez se'n escapase, dezaga dél iría tamién
lo corazón y con lo corazón la vida.
Juan. (Emocionado). Gracias
Pedrangel, gracias, la actitud de Jerónimo es para mí como una nube
negra preñada de tempestades que habían de robar la tranquilidad de
nuestro hogar, tu generosidad y la grandeza de tu alma serían
también para mí otra nube negra que, en forma de remordimiento,
aparecería allá en lo más oculto de mi conciencia y me robaría la
tranquilidad y la paz del espíritu: tempestades que vendrían de
fuera; tempestades que saldrían de dentro; todo negro, todo triste;
todo horroroso. ¡No! No, no puede ser. Para eso se necesita un alma
grande, templada por el dolor, como la de Emilia, como la de
Jerónimo, como la tuya. (Reponiéndose
y con energía). ¡Pedrángel! Se cambiaron los papeles,
me habéis enseñado a ser fuerte, y lo seré; ahora te digo, ahora
te mando que te cases con Emilia; y yo seré el único que puede
romper el lazo que a mí la une, lo rompo; ella te ama con efusión,
con entusiasmo delirante, con verdadero frenesí, como tú la amas a
ella; a mí me quiere por el deber, por la bondad, por el juramento;
desde este instante queda desligada de él; casáos y sed felices; yo
seguiré amando a Emilia con religioso fervor y con respetuosa
consideración, como se quiere todo lo que es grande, todo lo que es
hermoso y todo lo que es sublime.
Todos. ¡Bien por Juanito! ¡Que
viva Juanito, bravo, bravo! ¡Que venga Emilia!
(Mientras van en busca de Emilia,
se agrupan todos alrededor de Juanito y Pedrangel, felicitándoles
con algazara y regocijo por la solución que facilita el buen acuerdo
de Juanito).
Emilia (Los asistentes la felicitan
por el desenlace y ella protesta y dice): Juré casarme con
Juanito y con él me casaré.
Jua. Emilia: el lazo que a mí
te une es un lazo débil, externo, artificioso y falso, el lazo del
juramento que se apoya en un engaño; el que te une a Pedrangel es un
lazo natural, fuerte, robusto, incontrastable; es el lazo del amor
que nace del corazón: rechacemos los juramentos artificiosos y
respetemos el amor verdadero y santo.
Todos ¡Bravo, bien, vivan los
novios!
Terubia (Desde el proscenio)
Esta
comedia'scribié
uno
fillo de lo lugar
aplaudirla,
si querez,
si
no, la podez chiflar.
FIN DE LA COMEDIA
No hay comentarios:
Publicar un comentario